La teoría del color es un campo de conocimiento transversal que se erige entre las lindes que separan, y a la par aúnan, la ciencia y el arte, la teoría y la práctica. Adquirir de manera sólida los principios fundamentales de esta área debe ser uno de los propósitos más trascendentales de cualquier centro de educación que trabaje con el lenguaje visual puesto que, asentándolos de manera adecuada en su plan curricular, conseguiremos proyectar a la sociedad profesionales capaces de discernir , con total autonomía y sentido crítico, el manejo del color y la luz como recursos plásticos, retóricos e inductores a transformar o modular psicológicamente un contexto dado a priori de manera idónea.
Sin lugar a dudas, lo sublime del color como medio de expresión radica en la perfecta interrelación existente entre su potencial para propagar una amplia gama de asociaciones sinestésicas, espirituales o culturales como dinamizador de la realidad, así como su facultad de procurar al objeto u espacio lo funcional, por coherencia al aura antropológica que a cada cosa otorgamos de manera intrínseca.
El color es, sin embargo, tan amplio en sus ramas y en su estudio, que muy al contrario de lo que pueda aparentar, es un campo difícil de enseñar por la diversidad de criterios y métodos pedagógicos con los que se puede abordar. Por ello, en la conferencia “Fundamentos básicos del color” que tuvimos el placer de dar en el Instituto de Arquitectura, Diseño y Arte, (UACJ) el 12 y 14 de septiembre, nos propusimos aclarar, a través de una serie de cuestionamientos enlazados, aquellos conceptos más simples, y a la par complejos con los que nos podemos topar a lo largo de nuestra vida. Sirvan como referencia preguntas como: ¿Qué es el arco iris? ¿Por qué las cosas las vemos en color cuando todo aquello que nos rodea es incoloro? ¿Es el color rosa un color femenino? ¿Por qué el verde es el complementario del rojo? Y así, sucesivamente.
No obstante, teniendo en cuenta el espacio con el que contamos para relatar todas y cada una de las soluciones a las tan variopintas preguntas aquí formuladas, vamos a centrarnos en aquella que, por universal, consideramos más relevante. ¿Por qué el cielo es azul?
En primer término, para poder responder a esta interrogación debemos retroceder un poco y abordar de manera escueta la luz y otra serie de conceptos básicos.
Como sabrán, la luz es una forma de energía, concretamente, una gama de radiaciones electromagnéticas que se propaga de un punto a otro en forma de onda viajando en línea recta desde un haz luminoso como el sol a 300.000 Km/s aproximadamente. Pero no todas las ondas electromagnéticas que pululan por el universo son iguales. De hecho, existen diferentes tipos de ondas según su capacidad de condensar una mayor o menor suma de energía según la cantidad de partículas energizadas (fotones) que la compongan. Factor determinante ya que decretará la longitud de ésta y, en concordancia, su color.
Tomando como concepto primario la existencia de las diferentes longitudes que una onda puede tener, entenderemos, que no podemos asumir una única concepción de la luz, sino infinitas, aunque todas ellas las podamos englobar en el llamado Espectro, es decir, la ordenación sistemática de las radiaciones energéticas de acuerdo con su longitud de onda.
Algunas ondas por ejemplo, dibujan una curva más alta que un edificio ya que pueden llegar a oscilar hasta 1000Km. antes de volver a dibujar su movimiento descendente mientras que otras, aún a pesar de ser más diminutas que un átomo, no pueden traspasar la capa de ozono.
Axiomáticamente, gracias a ellas conseguimos lo insospechado: ver a través de la materia con los rayos X, transmitir mensajes acústicos con las ondas microondas con las que podemos hablar con otra persona por el celular o simplemente escuchar nuestra música preferida en la radio. El hombre, a través de la ciencia y la tecnología, ha sabido sacar partido a muchas de estas ondas electromagnéticas pero, teniendo en cuenta el tema que nos compete, vamos a centrarnos únicamente en aquella fracción de ondas que, clasificadas entre los rayos infrarrojos y los ultravioletas, sí son perceptibles para nuestro sistema ocular y el de muchos seres vivos del planeta.
De una manera muy simple, podemos afirmar que dentro del espectro visible cohabitan tres tipos de onda que oscilan entre 380 y 720 nm o milimicras, es decir, que la longitud de sus ondas son del tamaño de una millonésima de milímetro (1nm = 0’000001 mm). Así, la longitud de onda más larga del espectro visible de 720nm corresponderá al color rojo, las de longitud media que poseen un valor aproximado de 540 nm. son de color verde y, con una longitud de onda mucho menor con unos 380 nm. hablaremos de azul violáceo.
Pero, ¿cómo podemos corroborar la existencia de estos tres tipos de onda electromagnética? Pues a través de los efectos causados por los propios fenómenos que alteran la luz cuando entra en contacto con una masa o superficie.
Es importante que entiendan que cuando la luz intercede con una superficie, ésta se reflejará permitiéndonos ver todo aquello que nos rodea. En dicho sentido, el fenómeno de la reflexión se basa en el hecho de que los objetos -según su naturaleza- puedan devolver, es decir, reflejar, la luz que llega a ellos, pongamos como máximo exponente de este fenómeno, la reflexión de nuestra imagen en un espejo.
Sin embargo, no todos los objetos reflejan la luz de la misma forma. Algunos la reflejan más ordenadamente que otros según si su superficie es lisa o rugosa, cóncava o convexa y, otros no la reflejan sino que la refractan como en el caso del agua o el cristal u otra serie de superficies ligeramente semiopacas o translúcidas. Es decir, hasta ahora cuando la luz entraba en contacto con un elemento sólido, al reflejarse seguía manteniendo su ángulo de intercepción –aunque inverso, (véase fig.3)- así como su velocidad a 300.000 km/s pero, si la densidad de la materia con la que la luz se ve obstaculizada es menor, su ángulo de entrada será desviado a tal grado que, la luz blanca se dispersará de tal manera que acabará disgregándose según las diferentes longitudes de onda que la compongan.
Este fenómeno de la luz fue descubierto en 1665 por Isaac Newton cuando un día, a través de una pequeña rendija de una pared descubrió que si colocaba un prisma de cristal delante del haz de luz, ésta se descomponía formando el famoso efecto del arco iris que no es más que el conjunto conformado por la degradación de las tres ondas del espectro visible, donde a partir del rojo, el verde y el azul-violeta se anexan en su punto de intersección sus compuestos derivados con el naranja, el amarillo, el cyan y el violeta, en suma, los 7 colores del arco iris.
Y, ¿qué tiene que ver todo esto con la explicación de que el cielo sea azul? No podemos pasar por alto, que la dispersión de la luz es posible gracias a que cada una de las longitudes de onda se abren o distancian en mayor o menor medida respecto al eje principal que supuestamente debería describir el eje de la luz blanca. Y precisamente es la onda de menor longitud, es decir, la correspondiente al color azul-violáceo la que posee una mayor capacidad de refracción, llamándola, por decirlo de una manera más simple, como la más débil de las tres.
Y ahora es cuando realmente ya podemos contestar a la pregunta de porqué el cielo es azul. Recuerden que en la atmósfera se condensa una inmensa cantidad de humedad provinente de la evaporación de nuestros mares, ríos y demás que, de manera descomunal, genera una especie de prisma gigantesco que recubre todo el globo terráqueo.
Cuando la luz del sol entra en contacto con la atmósfera, algunas de las ondas se verán altamente desviadas como los rayos de longitud de onda corta (violeta y azul), y no solamente por el efecto de la refracción donde éstas empezarán a propagarse en forma de zig-zag dispersándose por todo el cielo en una especie de danza antes de llegar a los estratos más bajos de la tierra, sino también por la llamada difusión de Rayleigh. Sucede, que si las partículas o átomos existentes en la atmósfera, tienen un tamaño igual o inferior al de la longitud de onda de la luz, cuando ambas masas entren en contacto directo, una parte de la energía de la onda se reflejará mientras que la otra será cedida a la corteza de los átomos que, pasado un breve instante, ésta remitirá de nuevo a la atmósfera difundiéndola en cualquier otra dirección a la prevista inicialmente. De manera que, la suma de ambos fenómenos multiplicará infinitamente la propagación de las ondas cortas por su mayor capacidad de difusión que las otras dos ondas largas (rojas) o medias (verdes). De ahí que el cielo sea percibido, en condiciones atmosféricas normales, de color azul.
Por su parte, fijémonos ahora en la aplastante lógica con la que ya podemos explicar porqué el sol es amarillo. Piensen que en realidad debería verse de color blanco, ya que el blanco es la suma de todos los colores, pero mientras las ondas cortas empiezan a propagarse en lo alto de la atmósfera retenidas por una inmensa maraña de movimientos, las verdes y más concretamente las rojas, apenas serán alteradas o desviadas así que, proseguirán su camino cruzando en línea recta la atmósfera hasta llegar a nuestros ojos, donde la unión de ambas, se traducirá en la composición binaria del amarillo.
Sin lugar a dudas, podemos dar respuesta a muchos interrogantes a través del efecto de la refracción porque, ¿cómo podemos explicar que en algunos casos como en el atardecer o el amanecer el cielo sea de color rojo? Evidentemente, no todas las partículas existentes en la atmósfera remiten de nuevo la energía que una onda les cedió. Algunas, de hecho, hasta las absorben totalmente.
En el caso del atardecer, la posición de la tierra respecto al sol, amplía el recorrido de la luz solar, es decir, que las ondas tendrán que recorrer una distancia mucho mayor para cruzar toda la capa de la atmósfera dado que su acceso, a diferencia del mediodía, no es tan directo sino transversal a la masa terráquea. Y en consecuencia, las probabilidades de que las ondas choquen con partículas absorbentes será mayor que en condiciones normales dándose el caso de que, únicamente las más “fuertes”, largas e imperturbables llegarán sanas y salvas a nosotros, de ahí, el rojo del atardecer.
Y, ¿qué sucedería si desapareciera la atmósfera que actúa como el prisma gigantesco? Que la luz no podría refractarse y, en consecuencia, seguiría siendo invisible a nuestros ojos por lo que, el cielo se tornaría negro como una eterna noche estrellada tal y como sucede en el universo.
Hortensia Mïnguez García
Extracto del artículo publicado en la Revista Voces Universitarias, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México. 2007
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